Llegó el verano.


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De un lado al otro, boca arriba o de lado, nunca boca abajo. Se inflaman los pulmones de ese aire caluroso impregnado en el habitáculo. Rueda una gota que ya podría ser efímera, pero no, las noches comienzan a ser la ardua tarea de la gota que colma el vaso al encontrar la postura correcta para conciliar el sueño, a Morfeo y su dama de la noche que acompaña ese día sin sol.
Amanece con el augurio de un brevísimo frescor que inundara el comedor de un aire goloso del que no querremos escapar. La brisa  de la mañana con el albor, anuncia la tregua por unas horas del insufrible calor que acecha estos días en la calle, en cualquier rincón cerrado o en todas las casas. 
Con el sol en sus fachadas, la vecindad se arrimara al aire acondicionado, a los helados, al gazpacho y un buen refresco. Todo es plausible con tal de escapar por unos minutos del acechante calor que amenaza con cubrir nuestra piel de un rojizo, de un moreno aún más negro, de hacer exudar o alterarnos los sentidos, y todo el cuerpo, al completo. Pero cuando llega la tarde, el barrio se arrecia a la calle con vigorosidad cuando el sol baja sus rayos y se despide por un largo día de mucha luminosidad.



El Rincón de Keren
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